Mudarnos a este piso en el casco antiguo de Cartagena fue todo un acierto, no sólo por las vistazas al Foro Romano de las que os hablaba al comienzo de esta nueva etapa, sino porque por fin tengo el espacio, tiempo y luz necesaria para llenarlo de plantas como Dios manda.
Jamás de los jamases sospeché que esto de la jardinería se volvería una afición para mí.
De nuevo, los genes nos marcan más de lo que creemos.
Más de lo que una ingenua adolescente se atreve a aventurar mientras contempla a un padre feliz silbando canción tras canción, manguera en mano, regando cada árbol-arbusto-planta del jardín de la casa familiar de la sierra.
Y a una madre, que medio pirada, incita a un frenazo de emergencia sólo porque ha visto unas flores preciosas que desea recoger para hacer un ramillete o secar entre páginas de libros.